Por Ignacio Nicolás Otrino
En el año 1635, el madrileño Pedro Calderón de la Barca escribe la obra “la vida es sueño”, una obra brillante donde Basilio -rey de Polonia- encierra a su hijo, Segismundo, por miedo a que se cumpla un terrible presagio que traería pena y caos al pueblo. Con el paso del tiempo Basilio cuestiona su decisión y decide liberar a Segismundo, devolviéndole el estilo de vida que por derecho le correspondía. Posteriormente, arrepentido, Basilio decide volver a encerrar al príncipe apoyado en el argumento de que, libre de su cautiverio, su comportamiento fue terrible.
Unos muchos años después, cierto gobernante, decide el encierro de su pueblo por el temor a la predicción del oráculo (GGG) consultado. Con el tiempo, el mencionado líder, cuestiona su decisión y decide devolverle a sus gobernados el estilo de vida que por derecho les correspondía. Casi de inmediato se arrepiente de esto último y resuelve volver a encerrar a este terrible pueblo que, cuando libre, hizo las cosas muy mal.
Soy consciente de que estamos viviendo una situación inédita y para la que nadie puede estar debidamente preparado, pero es también un momento donde se hace sentir la ausencia del sentido común entre quienes nos gobiernan. Las decisiones de hace un año quizás no fueron las correctas, el daño es innegable y es grave, y las heridas de todo tipo no parecen que fueran a cerrar pronto. Se nos dice que nos encontramos entre dos alternativas, mas ninguna parece potable y ambas tienen precios que no podemos pagar, lo que al final del día termina siendo irrelevante puesto a que tampoco está en nosotros el poder elegir. Basilio nos encierra y nos libera a gusto y placer, mientras sus Clotaldos -sus lacayos- nos enseñan (o no) y nos vacunan (o no). Nos los Segismundos de la Nación Argentina acabamos pagando con nuestra libertad la desobediencia a las reglas de Basilio, y un nuevo enclaustro es más de lo que podemos soportar. Nuestro presidente aguarda vencer a su fortuna, quiere -como todos- salir de esta situación lo mejor parado posible, escapar al destino que tanto temió, y Segismundo nos recuerda que “(…) la fortuna no se vence \\ con injusticia y venganza, \\ porque antes se incita más (…)”. El pueblo sólo trata de vivir, de sobrevivir, de superar esta situación y de recuperar lo que tanto nos quitó; y cuánto estorba al aprendizaje y al buen comportamiento del pueblo decisiones que no hacen más que alimentar su descontento y desdicha.
Más de 385 años de diferencia entre una historia y la otra, y parecen escritas por la misma mano. Sin ánimos de “spoilear” la obra de Calderón de la Barca, creo que debo advertir que el pueblo no reacciona muy bien al segundo encierro. Sin ánimos de polemizar, lo digo como abogado, lo digo como ciudadano, lo digo como argentino, como docente, como un Segismundo más que teme despertar mañana encerrado una vez más. Y lo digo porque silencio nos hace cómplices y el que calla -muchas veces- consiente, en otras palabras, acostumbrarse y/o no denunciar a viva voz la injusticia te vuelve también un injusto. ¿Hacen falta más razones?